El cine no es más que una extrapolación de las razones afectivas de los seres humanos. Tomas un arquetipo y lo proyectas al máximo de su existencia: lo celebras, lo criticas, lo redimes o lo hieres. Todo bajo una ilusión secuencial de fotogramas que dan la sensación de movimiento, de lo improbable o inexistente adjudicándose la insistencia de la realidad por ser –auténticamente- real.
La pornografía funciona de la misma manera, sólo cambian las variables. Tomas un tipo con el que cualquier hombre se puede sentir identificado y le pones en el camino a una mujer que está dispuesta a hacer todo por su miembro.
¿Qué es la pornografía sino una proyección de fantasías, celebrando la existencia de lo efímero –de un orgasmo-, alterando la realidad, aspirando a ser el momentum verdadero, sin realmente llegar a serlo?
Un gran y pesado camión toma mucho esfuerzo para ser detenido, el cine no. Sólo es cuestión de apagar el proyector y desaparece la ilusión.
Pero eso no sucede, ¿para qué crear todo el sistema de una ilusión tan atrapante como el cine, si se va a desmantelar en verdades? Si la naturaleza lo necesita, que se haga y se difunda la ilusión: la de las chicas reales, jóvenes y ávidas de sexo. Si vas a enaltecer una ilusión, que sea una tan poco real, que sea idílica.
Y siendo idílica se vuelve real, tangible. Y cómo todo ente real, necesita de un espacio físico donde manifestarse.
Un recinto que conjugue la necesidad de los solitarios con el encuentro, que atienda a los afligidos o a los ansiosos con un calmante matador, que reformule la realidad o que, por lo menos, le ponga en estado inactivo. El cine porno.
¿Hay porno en Monterrey?
Monterrey es bien conocido por ser portavoz de la idiosincrasia traducida a la ortodoxia extrema, incluso de aquellos que no son ortodoxos. Aún y con todo esto, la realidad mexicana se le interpone desde las entrañas –porque nadie puede negar lo que se es- y por eso la expresión y la búsqueda de anti-realidades que antojen catárticas se vuelve una industria.
Sí, en Monterrey hay cines porno. Sí, en Monterrey hay quien va a los cines porno. Sí, en Monterrey el porno adopta un estilo de vida. Hay quien vive de esto, y, hay que decirlo: no se vive tan bien.
El mismo misticismo que envuelve a los templos de congregantes paranoicos o fanáticos es el que rodea la concepción social de los cines de pornografía. La gente sabe que están allí por accidente.
Porque alguien les contó, porque alguna vez caminando perdidos lo encontraron, porque lo escucharon susurrar de algún fantasma del que no recuerdan el nombre.
Y así sigue la cadena de acontecimientos hasta llegar al lugar exacto, que también parece imposible de tocar, de referir, de encontrar.
Aquí, pues, hay que ponernos reales. Existen en la ciudad tres cines de este corte. Colocados medio escondidos y medio públicos no niegan su naturaleza que parece contingente pero que en realidad es más incógnita:
1.- Cine Aracely: Isaac Garza y Villagómez, Monterrey (a seis cuadras al Sur de la central de autobuses).
2.- Cine Cometa: Félix U. Gómez y Magnolias, Col. Moderna, Monterrey (A tres cuadras al norte del Penny Riel).
3.- Cine Chaplin: Héroes del 47 entre Arteaga y Carlos Salazar (a dos cuadras de Félix U. Gómez).
Los infiernos inocuos.
El común denominador, aparte de los gemidos y las sombras es la jerarquización de los niveles de inmersión en el cine. El mismo edificio funciona como una especie de fortaleza que aparta la desentonada cotidianidad con lo que se encuentra dentro.
Sin embargo, la transición del exterior al interior se nivela, dantescamente, como una serie de expiatorios que deben enfrentar sus visitantes.
Quien va allí sabe lo que le espera, lo que le sale al encuentro. No es ni un retrato ni una representación, es un escape. Y para escapar hay que estar dispuestos a sacrificar algo. En los tres cines existe un primer nivel, antes de entrar por sí mismo al recinto, donde se encuentra ya sea una taquilla escondida y cubierta por cristal reflejante o puertas del mismo material.
La razón la puso el municipio: No debe de haber cabida a que la gente del exterior se entere de lo que sucede dentro.
Debe estar cubierto todo, aislado; pero al mismo tiempo estas barreras a la vista ponen otro elemento importante para el visitante: quien entre allí, debe primero mirarse a sí mismo en estos espejos gigantes. Debe enfrentarse a su propia imagen y al juicio de la misma.
Si pasa esta prueba, algo más denso le espera.
La gente que va a los cines está como expectante. No hay un aire de ansiedad, ni de urgencia. Muy diferente de lo que se espera. Parece que los siglos se han detenido allí sólo mostrando un pedazo de inherencia natural humana.
Y, de hecho, el tiempo allí se ha detenido de alguna manera.
Las instalaciones son viejas, los colores que salen de la madera pintada con acrílico son rasposos y dan un aire de arcaicismo. La cartelera aún se muestra con afiches ilustrados al estilo de los años 70´s y el hombre que está sentado a la entrada con un bigote arreglado y cano, es quien te da los boletos para ver la función.
Nada de máquinas que imprimen tickets, ni de micrófonos ni de pantallas, sólo tú y lo más orgánico y humano del mundo: otro ser humano
Hay sombras por doquier, en realidad el ambiente es bastante pesado porque la luz es escasa. Pero de inmediato sabes que no estás solo por las sombras que te rodean. Alguien colocó sillas por todo el lobby para que estas sombras descansen en la oscuridad, sólo de repente una de estas sombras se acerca a lo iluminado para pedirle a Juan –el administrador del Cometa- o a Carlos – el del Aracely- un cigarro, o una coca.
No hay mucho diálogo. Sólo pones el monto en la mesa y como pre-acuerdo, tendrás lo que esperas. Luego puedes regresar al refugio de tu oscuridad.
Quienes están allí parecen tener ese convenio de conducta. Todos guardan silencio, todos son misteriosos. Parece que todo estuviera provocado por la resiliencia; pero no. El código está abierto a cualquiera que quiera pertenecer al círculo. Nadie es rechazado, todos son bienvenidos.
Después de haber cumplido toda la travesía, llegas a la sala de cine. No dista mucho de ser una sala cualquiera. A excepción de que los asientos están usados, las paredes gastadas y, en general, todo es viejo. Hasta la expectativa.
No importa, uno no va allí a juzgar lo que envuelve a la pantalla, sino lo que hay dentro de la pantalla.
Allí, todo cambia para los asistentes. Si una película es el viaje introspectivo de cada persona en el aparato visual de un director, una película porno da la posibilidad de reencuentro, de descubrimiento o de exploración sexual.
Pero eso es un viaje íntimo. Lo que encuentras dentro depende de lo que estés buscando.
Visto desde dentro
Aunque se dedican a lo mismo, todos son diferentes. El cine Aracely y el Chaplin, están considerados bajo normas más robustas por parte del Sindicato de Cinematografistas y el aire en estos lugares se percibe más ligero; sin embargo en las salas es bien sabido que hay una expectativa de que suceda algo que a primeras se siente imposible.
Por supuesto, las drogas y el alcohol están prohibidos en este lugar; aunque los administradores confiesan que en ocasiones se les escapa uno que otro, y que se dan cuenta cuando, al término de la función, dejan las evidencias en la sala.
También en contenidos difieren. Mientras que el Aracely y el Chaplin parecen seguir a pie las normas de autoría, el cine Cometa proyecta películas cortadas, mutiladas. No sólo truncan el mensaje auténtico de la cinta, sino que se vuelven más inmediatas, menos explicativas.
Sólo atasca de imágenes el subconsciente.
Pero es de entenderse. EL cine Cometa ha sufrido un abate de baja demanda y de mala suerte. Desde que construyeron el puente que da fluidez al tránsito de la av. Félix U. Gómez, ha bajado la asistencia. Aunque para Juan (no quiso dar su nombre verdadero), el administrador del cine Cometa, hay otra razón.
La ubicación pública del cine hace que los asistentes piensen dos veces antes de entrar. Otra vez reina el sistema social sobre las costumbres. “¿Qué van a pensar de verme entrar en un lugar de esos?”, considera Juan que son las palabras que pasan por la mente de los transeúntes al concebir la idea.
De cualquier manera los cines porno son parte del imaginario colectivo. Ya sea como entes separados de la realidad o como proyectores de ilusiones. Son templos y como tales tienen creyentes. Fieles seguidores que encuentra en cada uno de nosotros, cuando la curiosidad nos atañe.
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El Aracely muestra su variedad |