Entro al
gimnasio y busco a José. Dentro hay unos
siete u ocho hombres con tamaño hiperdesarrollado gimiendo y sudando,
formados. Cada uno se sigue del otro haciendo fila para utilizar un aparato en
específico. El aire se siente más bien ácido y pesado, como si le hubieran
rociado un año de entrenamientos comprimidos en lata. Todo aquí es pesado: el aire, el cuerpo, el
entrenamiento, el deseo, el lastre de presente, el anhelo de futuro.
Estos grandes
hombres utilizan su tiempo levantando peso muerto en forma de discos fundidos a
base de metal. Carne y metal convergen en este lugar alejado del imaginario
colectivo que parece tan ajeno, tan difícil de dominar por cualquiera que
deseáramos entrar a ver qué pasa allí. En ocasiones estos discos en conjunto
llegan a pesar más que el cuerpo de quien los está levantando. Cuesta trabajo
no extrañarse.
Ahí está José,
dirigiendo a los hombres pesados. Se ve pesado entre los pesados. Es el que más
masa muscular ha desarrollado desde que empezó en este deporte. Cinco años le bastaron para tener el cuerpo similar
al de un toro blanco y musculoso que roba doncellas y reparte bendiciones.
José Huerta
es regio. Nació en la capital nuevoleonense y toda la vida ha sido deportista.
En alguna ocasión el fútbol parecía llamar a su vida para dedicarse por
completo a él, y José respondió. Logró el anhelado debut en varios clubes: el
América, el San Luis, el Monterrey. Hasta se fue a Bélgica a probar suerte en equipos
europeos de segunda división.
Entonces José
era un tipo normal. Evidentemente su cuerpo era el de un atleta profesional, pero
aun así tenía un fenotipo más o menos común.
Sin embargo,
la inmediatez y la necesidad de
espectáculo que hay en la naturaleza inherente del futbol le mostraron
su lado más afilado. La historia es más bien simple: José se lesiona la muñeca
durante un encuentro. Una lesión pequeña pero eficaz. ¿La muñeca? Ni siquiera
es importante para un futbolista que utiliza sus pies para jugar. Eso no
importa, José. Al no haber ningún equipo de fútbol soccer en Bélgica interesado
en muñecas lesionadas, se enfrentó a una decepción anunciada:
el fútbol ya no tenía las puertas abiertas para él.
Lastimado,
acepta su suerte. Pero ni él sabía lo
que se avecinaba después de eso. En
realidad ese fue el comienzo: “empecé
haciendo terapia para sanarla, consistía en levantar peso metódicamente, hasta
recuperara su fuerza de antes”.
Después, al parecer ya no pudo parar.
Lo único que
buscaba sacarle al trabajo de gimnasio era un cuerpo de escultura griega que
atrajera más mujeres a su cama, pero en algún momento todo fue tomando
seriedad. Los discos no sólo le pesaban al cuerpo de José, ya también a sus
sueños, y luego, a sus presentes.
El camino
para cualquier fisicoculturista es muy largo, y como en cualquier otro deporte,
es doloroso. Lleva años desarrollar ese tamaño de musculatura. Pero a José se
le facilitó mucho. No significa que no
haya realizado un esfuerzo constante durante estos cinco años, pero los logros
que ha conseguido son impactantes.
Juan Carlos
era su instructor personal y él ya llevaba unos diez años en la disciplina
cuando José apenas la conoció. Esos años han quedado en el olvido. José ahora
superado por mucho a Juan Carlos: “va a
llegar muy arriba”, él mismo reconoce. Ahora él es el que espera a la decisión de
José para atacar otro aparato, para continuar la rutina, para ponerse mamados.
Cuando se es
fisicoculturista se tiene una meta muy clara: hay que hacer crecer el cuerpo a
toda costa. Para esto, hay que reconocer la disciplina que el practicante
requiere. José come lo mismo que una familia de cinco. Es el principal obstáculo
de este deporta, su precio. José gasta
alrededor de $2,500 tan sólo en comida, cada semana. Además, el problema radica
también en que su horario está limitado por sus horas de comida.
Religiosamente, José debe consumir alimentos cada dos horas y media. Haga lo
que haga, esté en donde esté. Esto es lo que lo mantiene en forma. Así que no
puede darse el lujo de pasar una comida.
Tal vez la
gente no concibe la magnitud de esto. Comer cinco veces al día, cada dos horas
y media, le impide a José tener una vida normal. No puede tener un trabajo que
le exija mantenerse sin alimentos por demasiado tiempo. Tampoco puede asistir a
una escuela, y con todos los gastos que debe hacer, parece una contradicción
misma.
“La gente no conoce el tipo de disciplina que
se requiere para estar aquí, el deporte en México tiene muy mala fama. En
Estados Unidos, los deportistas como yo tienen vida de estrellas de rock” Patrocinios, premios, derechos. Todo
un circo armado alrededor de la explotación del cuerpo humano.
En parte hay
que darle crédito del rechazo a la mediaticidad del fútbol en México; pero
también hay que aceptar que el culturismo tiene mala fama de tramposo. Parece
que el juicio imperativo sobre el uso de sustancias que potencian el
rendimiento del cuerpo humano reina sobre la opinión general. Esteroides de
caballo, chochos, piquetes. Todo eso que en las otras disciplinas deportivas se
considera ilícito, en el fisicoculturismo se vuelve más evidente.
José ha
probado estas sustancias, pero ya no le son útiles, dice. “He crecido más desde que las dejé, que mientras las usaba”. Sin
embargo acepta que con ayuda de un profesional, es posible llevar un régimen de
drogas adecuadas al nivel de entrenamiento que se lleva sin dañar las
capacidades fisiológicas regulares.
Sigue siendo
un mar de incertidumbres, entre tanto, José se prepara para un reto más grande.
Está preparándose para conseguir el premio del campeonato más importante de
fisicoculturismo a nivel mundial. Su meta es llegar a ser Mr. Olympia. Para
muchos resulta un sueño lejano a sus posibilidades; pero todos tienen razones
que justifican la certeza de que José puede llegar a hacerlo.
Además, no
sólo es un empoderamiento personal para José el hecho de ganar este campeonato.
La Federación Fisicocultuismo y Fitness se caracteriza, como todas las
federaciones deportivas en México, por estar involucrada en actividades
ilícitas y de enriquecimientos individuales. “Sólo buscan el dinero, no les importa el deporte”, dice José. Por
eso quiere llegar –muy arriba-, para tener el poder de hacer una diferencia.
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